Hola a tod@s!
Esta semana les traigo dos minicuentos
excepcionales…
El primero, de Alejandro Jodorowsky, llamado
Ausencia…
El segundo, de Jorge Bucay, Tiempo Vivido…
Ambos con un gran mensaje…
Ausencia
– Maestro, ¿dónde está Dios?
– Aquí mismo.
– Aquí mismo.
– ¿Dónde está el paraíso?
– Aquí mismo.
– Aquí mismo.
– ¿Y el infierno?
– Aquí mismo. Todo está aquí mismo. El presente, el pasado, el futuro, están aquí mismo. Aquí está la vida y aquí está la muerte. Es aquí donde los contrarios se confunden.
– Aquí mismo. Todo está aquí mismo. El presente, el pasado, el futuro, están aquí mismo. Aquí está la vida y aquí está la muerte. Es aquí donde los contrarios se confunden.
– ¿Y yo dónde estoy?
– Tú eres el único que no está aquí.
– Tú eres el único que no está aquí.
Fuente: Microcuento de
Alejandro Jodorowsky
Tiempo
vivido
Esta es la historia de un hombre al que yo definiría
como un buscador.
Un buscador es alguien que busca, no necesariamente
alguien que encuentra. Tampoco es alguien que, necesariamente sabe qué es lo
que está buscando, es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda…
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la
ciudad de Kammir. El había aprendido a hacer caso riguroso a estas sensaciones
que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha por los polvorientos
caminos divisó, a lo lejos, Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una
colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención.
Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un
montón de árboles, pájaros y flores encantadores; la rodeaba por completo una
especie de valla pequeña de madera lustrada.
Una portezuela de bronce lo invita a entrar. De
pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar
por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y empezó a caminar
lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar,
entre los árboles...
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada
detalle de este paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizás
por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción…
Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3
días se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente
una piedra, era una lápida.
Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad
estaba enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor el hombre se dio cuenta
de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla,
decía: Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas.
El buscador se sintió terriblemente conmocionado.
Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba. Una por una,
empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el
tiempo de vida exacto del muerto.
Pero lo que lo conectó con el espanto, fue comprobar
que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los 11 años… Embargado
por un dolor terrible se sentó y se puso a llorar...
El cuidador del cementerio, pasaba por ahí y se
acercó. Lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba
por algún familiar.
– No, ningún familiar dijo el buscador.
– ¿Qué pasa con este pueblo?
– ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad?
– ¿Porqué tantos niños muertos enterrados en este lugar?
– ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente?
– ¿Qué los ha obligado a construir un cementerio de chicos?
– ¿Qué pasa con este pueblo?
– ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad?
– ¿Porqué tantos niños muertos enterrados en este lugar?
– ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente?
– ¿Qué los ha obligado a construir un cementerio de chicos?
El anciano se sonrió y dijo:
– Puede Ud. serenarse.
– No hay tal maldición.
– Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre.
– Le contaré...
– Puede Ud. serenarse.
– No hay tal maldición.
– Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre.
– Le contaré...
Cuando un joven cumple quince años sus padres le
regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgando del cuello. Y es
tradición entre nosotros que a partir de allí, cada vez que uno disfruta
intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:
A la izquierda, qué fue lo disfrutado y a la
derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia, y se enamoró de ella.
¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?
¿una semana?, ¿dos?, ¿tres semanas y media?
Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso
¿cuánto duró? ¿el minuto y medio del beso?, ¿dos días?, ¿una semana?
¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo?
¿y el casamiento de los amigos?
¿y el viaje más deseado?
¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?
¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?
¿horas?, ¿días?
Conoció a su novia, y se enamoró de ella.
¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?
¿una semana?, ¿dos?, ¿tres semanas y media?
Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso
¿cuánto duró? ¿el minuto y medio del beso?, ¿dos días?, ¿una semana?
¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo?
¿y el casamiento de los amigos?
¿y el viaje más deseado?
¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?
¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?
¿horas?, ¿días?
Así vamos anotando en la libreta cada momento que
disfrutamos cada momento.
Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre, abrir
su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba,
porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido...
Fuente: Cuentos para
Pensar de Jorge Bucay